Diario de la erupción del San Juan, narrado por Carlo |
Hoy es el 25 de julio de 1949
A la mañana llegamos en ferry de Tenerife. Desde el barco vi el camión de Francisco atrás del muelle. Para nuestra sorpresa el abuelo Manuel también estaba allí. Él se había ido la semana pasada a Garafia y evidentemente había superado bien el viaje. Francisco lo había llevado a Los Sauces y allí mismo lo había pasado a buscar, después de que él había hecho el camino de montaña a pie ida y vuelta.
Madre reía sin parar cuando Francisco la ayudó con sus maletas, y el abuelo se había situado a mi lado y me había puesto su mano sobre el hombro. Nosotros mirábamos. Mientras cargábamos madre contaba sobre Tenerife, sobre lo maravilloso que era todo allá. El abogado fue, en su enorme coche, con nosotros a lo de un señor noruego, que no sabía hablar muy bien, y el abogado nos traducía siempre lo que el señor decía.
Era la primera vez en la vida de mi madre que estaba un poco confundida ya que no entendía lo que discutían los señores de trajes negros, más entre ellos, que con mi madre. El abogado asentía siempre, y él ya iba a organizar todo por la dama y el hijo del señor, sí, así hablaron los dos por un rato. Luego el señor dejó un sobre arriba de la mesa del que sacó unos documentos y cada uno con muchas aclaraciones a mi madre que arrojaba al borde de la mesa. El abogado tomaba cada documento, lo miraba meticulosamente y lo ponía otra vez con cuidado. Luego tomó nota. Finalmente leyó algo y madre tuvo que firmar los papeles.
El abogado era muy simpático, y madre no tuvo que pagar. Nos llevó otra vez al hotel, y la gente también allí era muy simpática. Por primera vez en mi vida estaba en un hotel, y comimos en un restaurante. Al otro día compramos cosas para el viaje y regalos para todos.
Julio carcajeaba : "Dime, ¿qué tienes ahí en los pies? - Medias, ¿y qué? en Tenerife todos llevan medias, y las mujeres tienen unas largas y finas - hasta arriba..." le sonreí a Julio. - Francisco se había hecho en Brena una escapada a lo de Julio y su familia. En el jardín había una gran tienda, en la que Rubens comía encorvado y dibujaba sobre una mesa. Ramón todavía dormía.
La madre de Julio nos abrazaba y se alegraba muchísimo cada vez que nos veía. "¡Nos vas a escribir, Carlo, cuando estés en Noruega! ¿eh? Sí, nos escribes, tú puedes escribir bien, eso dice Julio, ¿no?" y luego acarició la cabeza de Julio, a quien no le gustó la ternura. "Viene, vamos a ver a Rubens", dijo apartándose y tironeándome.
Un arrugado rostro alzó la vista, pero los ojos irradiaban energía y amistad. "Carlo quiere saber por qué la montaña está inestable. Ramón ha dicho que tú crees que la montaña está inestable." - "Entonces, Ramón a dicho...?" - Yo miré lleno de expectativa a esos ojos claros, y, cuando nos percibió, un corto momento de alegría habló por ellos. - Julio estaba de alguna manera como siempre y yo me avergonzaba de haberme puesto elegante para el viaje. Rubens recostó su cabeza. "No les puedo decir nada porque no hay palabras para ellos. La montaña habla, pero no con palabras como nosotros. A pesar de ello sé que cuenta, y no puedo explicar por qué lo sé. Mayormente me doy cuenta en un instante y sólo puedo decir: ¡Yo lo sabía! Miren, en realidad quería dirigir su lava hacia el este, y todavía quiere eso y no puede, todo en ella se quiebra hacia el oeste, y entonces ¡ahora se puso realmente de mal humor!" Rubens se reía. Atrás nuestro estaba Ramón que se estiraba bajo el sol de la mañana.
Mientras Carlo nos cuenta sus aventuras del San Juan, por las tardes giro la "Webcam" en dirección Cumbre Vieja, donde todo esto succedio.
Traducido del Alemán al Español por Silvina Masa