Diario de la erupción del San Juan, narrado por Carlo |
Hoy es el 4 de julio de 1949
Por la mañana, Francisco nos sacó a todos de la cama. Él estaba bastante nervioso. Teníamos que arreglarnos y salir enseguida, él no tenía tiempo, había quedado con la Guardia Civil que hoy a la mañana iba a buscar el resto. El abuelo todavía estaba ocupado con la excursión en barca y Gregorio, todos tuvieron que comer pescado el domingo. "¿Qué quieres decir con el resto? gruñó con la sensación de que alguien le estaba sacando algo. - "Van a cercar todo, tenemos que irnos sí o sí ahora o no vamos a llegar más a Las Manchas y tú todavía tienes tu vino allí. Ayer a la noche estuve con tu vecino transportándole vino, ¿entonces, ahora qué?"
Estacionamos arriba, en la casa de los padres de Julio. El vació era opresor. Un soldado estaba sentado sobre una roca que se encontraba entre ambas casas, de esta manera podía echarle un buen vistazo al barrio. Pasamos a su lado y Francisco le mostró un papel que había recibido del Guardia Civil. "Pero apúrense, hoy tenemos la orden de no dejar entrar a ninguno." No había esperanzas. Sacábamos barriles de 33 litros uno tras otros, el abuelo y Francisco los llevaban para arriba, y allí, los llenaban. Fue un día tranquilo y cálido. En los campos el vino se hallaba en su alegre expectativa y yo tuve que regar una vez más la col. Sobre la cumbre flameaba la columna de humo del volcán. Miré para arriba y me di cuenta que estaba más alta de lo normal. En ese momento el abuelo y Francisco bajaban el camino, luego se detuvieron. Ellos también lo habían escuchado, era como un trueno lejano. "¡Ven, dejamos esto!" Francisco se había encaminado otra vez para arriba con el barril en la mano y lo tironeó al abuelo, el soldado gritaba y hacía señas. "¡Un cuartón más!" dijo tranquilamente el abuelo y Carlo tomó otra manguera con la negramol. El soldado casi nos pasa por arriba: "¡Pero ustedes están totalmente locos, tienen que irse de aquí, la advertencia es verdad, ustedes también lo están escuchando, ¿no?!"
Recién le habíamos dado la vuelta al peñasco, la furgoneta de Francisco estaba delante nuestro, corrimos inmediatamente, los ojos no se despegaban de la columna de humo que en sólo unos segundos se transformó en una gruesa masa arremolinada que se disparaba hacia el cielo cada vez con más violencia desde la profundidad del muro de la montaña. Desde lo alto, llegó luego el trueno. La montaña había explotado. Francisco salió corriendo a toda velocidad, un vehículo militar le cortó el camino hacia la carretera. El tocaba y tocaba bocina agitando el papel por la ventana. Finalmente los soldados se apartaron. Los truenos continuaron y comenzó a llover, cayó un chubasco de polvo y piedras. Crepitaba y crujía, ante nosotros se encontraba la calle cubierta de cenizas, en aquel entonces estábamos afuera y tuve la sensación de que se terminaba el mundo.
Desde Los Llanos pudimos ver una nube gigante que se desplazaba para el oeste y la cortina del polvo caído se posaba por todo el territorio. Toda la gente estaba al aire libre, estaban en las calles o sobre los muros entre los jardines: madre me había apretado fuertemente entre sus brazos y había llorado un poco. "Ustedes idiotas, hombres, ese estúpido vino. ¡Nos vamos a Noruega, allí no hay nada de esto!" Y después se puso a llorar de nuevo con la abuela y tía Almodena, quien encontraba todo muy trágico y no quería volver a ver a tío Gregorio. El abuelo estaba muy abatido, creo que tuvo un presentimiento.
Hay ruidos, rumores, sensaciones sobre la piel, el crujir en la boca y la arena en los oídos - siempre de nuevo recuerdos. El viajero oye el despegar del jet ya desde lo lejos - como en La Palma - resuena en la montaña, quizás hay nubes sobre el primer mirador: "¿Cómo fue en ese entonces, como se escuchó realmente cuando explotó el volcán?" - Pues, como el trueno de un avión con el que recién has venido.
Mientras Carlo nos cuenta sus aventuras del San Juan, por las tardes giro la "Webcam" en dirección Cumbre Vieja, donde todo esto succedio.
Traducido del Alemán al Español por Silvina Masa