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Cuentos de volcanes, hombres y otras cositas de La Palma


              

Lagarto y Guanche

- de Carlo -


El sol de la tarde se pone en el horizonte. ¡Y ahí están ellos !
En un tiempo en que lo irreal era real, vinieron los dos nadando del otro lado. Él tenía que esforzarse enormemente para poder seguirle el ritmo, pues Largato era al fin y al cabo, un lagarto, pero no uno de una especie pequeña, no, era enorme, todavía más grande que Guanche y éste ya era bastante grandote.
Los dos eran amigos y por eso Guanche podía, ya cuando no tenía más aliento, sentarse sobre su espalda, nadaba tan fuertemente que hacía olas que llegaban incluso hasta África. Pero finalmente se presentó la sed y el hambre, y ambos se arrastraron hasta la orilla, donde todavía hoy, en la Playa de Bajamar, pueden verse sus huellas. Apresuradamente subieron a la montaña, donde saborearon el agua deliciosa del gran lago montañés. Luego retozaron y chapotearon por el lago de una orilla a la otra, cuando se presentó el hambre, fueron las bayas y las frutas que los saciaron, en ese entonces las había en abundancia.
Al caer el día ambos estaban tan satisfechos y cansados que decidieron quedarse esa noche en la isla. Guanche se estiró a lo largo de la montaña sobre el lago y enseguida se durmió profundamente. Largato se acostó de panza, a él no le gusta mucho acostarse de espaldas, porque eso no se hace y permaneció bajo los últimos rayos tibios de sol. Más tarde él también se durmió. Los dos dormían tan profundamente, que ni siquiera se dieron cuenta, que el gran lago de la montaña desgarró rugiendo una parte de la sierra y se la llevó consigo a la profunda desembocadura, donde se reunió tranquilamente con su mar.
Su tiempo había llegado. Pero allí donde entretanto ambos dormían, la sierra seguía en pie. ¡Donde aún hoy todavía se encuentran! Guanche apenas se ha movido, sólo su cabeza se ha ladeado un poco hacia abajo, allí sobre la Cumbre Nueva, vaya, y la cabeza de Largato todavía está mirando al sol poniente mientras sus piernas de múltiples pies abrazan el Benjenado. ¡Ah, claro! Olvidaba decir dónde y a quién se muestran: al caminante tranquilo del sendero de Los Llanos de Aridane a San Nicolás, en algún lugar del viejo Camino Campitos, cuando se para y gira su mirada hacia la montaña sobre El Paso, ¡allí están ellos!


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