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Diario de la erupción del San Juan, narrado por Carlo


              


Hoy es el 21 de junio de 1949 - San Juan

Esa mañana estaba otra vez en casa de Julio. Queríamos construir trampas para conejos y buscamos alambre por todas partes. Por esa época esas cosas eran valiosas y ¡hay del quien iba a las reservas del taller y dejaba por casualidad la puerta abierta! Construimos muchas trampas y atrapamos pocos conejos pero era un deleite cada vez que íbamos a la madre de Julio con uno. Había siempre una buena salsa para el gofio.

Vi a mi madre venir del camino cuesta arriba. No estaba sola. Almodena, mi tía y Ana estaban con ella. Ella era su hija, era mayor que nosotros y una señorita. Ella no jugaba con nosotros. A mi tía no le gustaba su propio nombre, por eso había llamado a su hija, Ana, lo más corto posible. Mi madre siempre decía bien largo Almodeeena y Ana. Eran carne y uña, lo que también es una excepción. Nuestra familia era muy cariñosa. Probablemente mi tía diría que había crecido si me pudiera abrazar y apretar contra su busto. Yo creo que por la presión se da cuenta que estoy más grande que la última vez. Actualmente ya no nos vemos tanto. La tía Almodena vive en Las Indias. Yo estuve una vez allí pero sólo me puedo acordar vagamente de la gran cueva donde vivía. Su marido era un tipo estupendo, como mi padre. Él había tenido que ver con el faro, probablemente, siempre tenía que prender y apagar la luz.

Al rato estaban las tres sentadas, Ana también estaba con ellas, tomando un café. Mi madre siempre llevaba café a Los Llanos, no sólo para la familia de Julio. Él estaba todavía verde y la madre de Julio, evidentemente, lo mandaba a tostar. Todo olía a café y a las mujeres les parecía bien. Como era de esperar, la tía Almodena me abrazó y me contó que mi tío iría mañana con el bote a La Naos, y que Julio y yo teníamos bajar a buscar pescado. Eso con el bote, bueno, pero lo del pescado... El caso es que estábamos sentados todos juntos porque la tía Almodena había hecho una torta para mi abuela y nosotros queríamos sin falta un trozo. Madre dijo que tía Almodena iba a ir a Los Llanos con nosotros porque eso era lo mejor. Ana parloteó discretamente que el faro se había caído y que por eso su padre tenía tiempo para ir a pescar.

"Sí." dijo tía Almodena, "Esto es trágico" - para ella todo era siempre trágico - pero, el terremoto de marzo ha destruido tanto. "Alcanzó a muchas casa en Fuencaliente, por primera vez se ha caído una gran piedra de nuestro techo, y Gregorio ha dicho que él sólo duerme en el bote. Por eso Carlo - me apretó otra vez - "¡vamos a mudarnos con ustedes!" Pensé en cada cosa que se desordenaría en mi ordenada vida y ¡en ese momento se movió la isla!

De los Campanarios, el grupo de rocas más grande de Jedey, cayeron al valle estrepitosamente algunas peñas en medio de una nube de polvo. Eso retumbó de alguna manera en la profundidad y se movió raramente de un lado para el otro. Las mujeres salieron corriendo para afuera y gritaban muy alteradas. Todavía me acuerdo exactamente como la tía Almodena nos quería tratar de convencer con un "yo lo sabía, Gregorio lo había dicho, ahora empieza aquí también". De todos lados escuchábamos gritos, voces y silbidos. Toda la gente estaba ahí parada mirando a la montaña. Pronto se posó la tranquilidad sobre la región. Las palabras de Julio quebraron el oscuro silencio: "¡Esto no es peligroso, es tan sólo extraño!" El quería calmar a las mujeres, pienso hoy en día, y lo veo como todo un hombrecito, con sus ocho años, con esa camisa de su hermano demasiado grande.

El seísmo duró más o menos 10 segundos pero siempre había algún temblor y movimiento y parecía que la montaña colgaba del aire. De vez en cuando escuchábamos rumores lejanos. La madre de Julio dijo - "¡esas son piedras!" - Piedras que caen". Pero yo decía que el retumbar venía de la profundidad. Los vecinos vinieron corriendo para preguntar y ayudar pero no había nada a lo que ayudar. En la calle de San Nicolás circulaban repentinamente vehículos militares. La gente nos gritaba que la guardia Civil estaba en camino.

Mi madre insistió. "Almodena, ahora nos vamos! Leif siempre había dicho que yo no tenía que ir a Las Manchas. ¡Y ahora lo puedes ver! He recibido una carta suya. Él va a llamar hoy a la noche y yo tengo que estar puntualmente en el correo. Viene especialmente por mí, para que pueda hablar por teléfono y yo le he prometido un gallo". Se trataba de Ernesto, el telegrafista. Mi madre tenía el talento característico de atenuar los más desacostumbrados acontecimientos como al pasar, y eso lo hizo en el medio de un temblor.

Yo tenía cargo de consciencia por La Naos y la barca de tío Gregorio. Y la sensación era real. Temblaba porque todo se movía. La palomas volaban y volaban porque cada contacto que tenían con el suelo las tiraba por el aire. Las dos cabras se movían ruidosamente en el establo. Los perros corrían llorisqueando de un lado para el otro, se enrollaban, saltaban alto y después probaban lo mismo en otro lugar. Yo agarraba el brazo de Julio y nos apretábamos contra una gran piedra que sorpresivamente se alejó de nosotros. ¡Y luego comenzó todo otra vez! Se rompió la pared del establo de las cabras. La madre de Julio llamó a todos los santos en su ayuda y yo vi como el gallo se movía para todos lados como si quisiera tomar carrerilla para volar. Estalló otra vez allá arriba en el monte, de los Campanarios se partió otro pedazo más, lo vi caer y no escuché nada porque todo crepitaba, crujía y retumbaba en mis oídos. Y después volvió otra vez esa tensa calma. "¡Carlo, ven para acá!" Mi normalmente equilibrada madre bajaba temblorosamente por el callejón. Julio dijo repentinamente que quería atrapar ambas cabras y la madre de Julio todavía imploraba a los santos.

El segundo terremoto fue un poco más fuerte que el primero. Por todos lados había gente gritando. Cuando vi la casa de mis abuelos, me quedé duro. La Guardia Civil estaba allí y mi madre gesticulaba. La tía Almodena tomaba a la abuela por el brazo. El abuelo trataba de arrinconar al cerdo que estaba totalmente enloquecido y un guardia civil despotricaba en lugar de ayudarlo. Yo me acercaba lentamente a hurtadillas, pues madre me estaba llamando. "¡Carlo, ven aquí y ayuda! Debemos irnos de acá, decía ella- ¡y tú con Ana traerás las camas a casa! - ¿A nuestra casa? - "Sí, le he dicho a la gente que me llevo a los abuelos ¡y ellos tienen que dormir en algún lado!" El guardia civil dijo que los militares llevarían las cosas a las casernas de Argual. Todos tienían que ir para Argual porque había posibilidades de que hubiera una nueva erupción. Sin embargo madre se empeñaba en permanecer independiente, a ella no le gustaban los soldados y el guardia civil recibió su lección. El abuelo Manuel había atrapado al cerdo y gritó. "¡Prefiero ir al monte que pa' Argual!" El guardia civil se fue encogiéndose de hombros y dijo que volvería.

Por esos tiempos apenas vivían personas en Las Manchas. Se decía que las personas de Jedey habían sufrido algunos daños y que había heridos. En San Nicolás también estaban las cosas mal. El abuelo insistía en llevar su carretilla por si tenía que ir en algún momento para Argual, el cerdo y todo lo demás eran de todas maneras puras tonterías. Él había ganado la carretilla en una lucha en El Paso. Era parte de su vida. Repentinamente llegó Julio, corriendo y sin aliento, dijo que el padre con el murro y... pero madre le quitó la palabra: "Julio, corre a casa y dile a tus padres que si quieren pueden venir provisoriamente a nuestra casa, en el caso de que se quieran ir. Ustedes no van de ningún modo para Argual, ¿me has entendido? - Bien, entonces corre, nosotros llegamos enseguida a tu casa. ¡Dile a tus padres que nosotros no nos movemos de acá! Sí, esa era mi madre.

Esa tarde no volvió la Guardia Civil. En las calles de San Nicolás los militares se habían puesto en posición y reparaban los daños causados. Era una noche brumosa y calma, y por todos lados se oían voces.

Y hoy fue el 21 de junio de 1949. Mi padre consiguió un empleo de geólogo en Noruega. Después de la comunicación telefónica sólo se hablaba de regiones árticas y de terremotos. Los vecinos estaban allí y querían escuchar como había sido el terremoto de Las Manchas. A la tía Almodena le pareció trágico que nosotros nos tuviéramos que mudar a Noruega y se puso a llorar a moco tendido con mi madre, quizás porque ahora tendría que vivir en nuestra casa. Yo pensaba en los profundos barrancos con agua y en la nieve sobre las montañas, lo que me contaba la voz ronca y lejana de mi padre. No había más agua - una cañería de agua se habría roto, dijo un vecino. Dibujé una "caldera a vapor", y le mostré al tío Gregorio una postal de un cartero con esquíes. Él estaba en su barca anclada en Tazacorte.

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Los Campanarios en Jedey

Traducido del Alemán al Español por Silvina Masa


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